lunes, 30 de marzo de 2020

Trump ya tiene su guerra (II)

La humillante derrota militar en Vietnam quitó las ganas de intervenciones en el exterior al siguiente presidente electo, Jimmy Carter (dejemos de lado s Gerald Ford, que sucedió a Nixon, como vicepresidente que era, tras la dimisión de este).

Carter de hecho iba bien. Iba muy bien con su política en favor de la paz en Oriente Próximo, con la que logró el 17 de septiembre de 1978 los históricos acuerdos de Camp David entre Egipto e Israel, firmados por Anwar el-Sadat y Menachem Begin, con el patrocinio del presidente americano (que costaron la vida al presidente egipcio, asesinado durante una parada militar por uniformados fieles a los Hermanos Musulmanes, organización sobre la que merecería la pena un artículo en exclusiva). Con esa firma Egipto se convertía en el primer país árabe en reconocer el Estado de Israel y después de treinta años de conflictos continuos y cuatro guerras árabes-israelíes, por fin se atisbaba una solución en una de las zonas más calientes del planeta  (a Anwar el-Sadat y Menachem Begin les dieron ese año el Premio Nobel de la Paz).

Jimmy Carter Anwar el-Sadat y Menachem Begin en Camp David
Como decía, todo iba bien para Carter de cara a las elecciones presidenciales de 1980, pero todo se fue al traste en Teherán un 4 de noviembre de 1979 (justo un año antes de las elecciones presidenciales). Durante más de un año, la llamada “crisis de los rehenes” tuvo en vilo al país e hizo perder a su presidente toda su credibilidad ante el electorado. En este punto, tengo que recomendar “Argo” una película muy amena sobre como escaparon seis diplomáticos de ese secuestro.


Ronald Reagan fue un gran presidente, a pesar de la mala imagen que tiene en España. Junto con JFK y Barack Obama, yo le sitúo en el podio de los mejores comunicadores. “Su guerra” se centró en derrotar al sempiterno enemigo soviético. Él sabía que con la fuerza de las armas no sería posible, pero en una inteligentísima estrategia hizo que el gasto en defensa de la URSS estrangulara toda la economía del país. Así a mediados de los años 80, la Unión Soviética se estima que gastaba el 16,6% de su PIB en mantener el Ejército Rojo.

La estrategia norteamericana se basó en dos pilares, el apoyo a los muyahidines afganos y la llamada Guerra de las Galaxias.


En realidad la “Operación ciclón” de apoyo a los fundamentalistas islámicos fue idea de su predecesor, Jimmy Carter, que a través de la CIA comenzó destinando un “modesto” apoyo de unos 20 millones de dólares en 1980 (“Charlie Wilson War" es una extraordinaria película de Mike Nichols, con Tom Hanks y Julia Roberts de protagonistas, que narra en tono de comedia esta operación de la CIA). 

La cuestión es que Reagan se dio cuenta de que con su apoyo económico a los afganos conseguía que, con una moderada inversión por su parte, los soviéticos incurrirían en un gasto descomunal. Y así fue. En el momento en el que los afganos empezaron a recibir material de primer nivel a mediados de los 80 (especialmente los misiles Stinger, sistemas de defensa aérea portátil) los soviéticos perdieron toda oportunidad de victoria. Sus poderosos helicópteros Mil-Mi 24, que habían mantenido a raya a los muyahidines afganos en el difícil terreno montañoso del país, empezaron a caer como moscas (cada helicóptero costaba en torno a 25 millones de dólares, frente a los pocos miles de cada Stinger). Las cuantiosas pérdidas humanas y especialmente económicas de los soviéticos, no solo forzaron la retirada del país en 1989, sino la caída de un régimen que se había mantenido desde la revolución bolchevique de 1917. Aquí tengo que recomendar otra película, “La guerra de Charlie Wilson”, basada en estos hechos.

Mijail Gorbachov y Ronald Reagan
En otro momento podremos hablar de esos otros conflictos de baja intensidad en los que Reagan se dedicó a financiar a guerrillas anticomunistas en Angola, contra los cubanos que apoyaban al gobierno del país africano, o a la Contra nicaragüense que se enfrentaban al gobierno sandinista.

La “Guerra de las Galaxias” (formalmente llamada “Iniciativa de Defensa Estratégica") fue un gran farol de los norteamericanos, que estuvo a la altura de la “Operación Fortitude" en la Segunda Guerra Mundial, y que, como aquella, surtió el efecto deseado, en este caso económico. La administración Reagan era muy consciente de la difícil situación económica por la que atravesaba la Unión Soviética y decidió subir la presión presentando un nuevo programa militar de defensa, con el que se crearía un escudo antimisiles a partir de una red de ¡más de mil satélites! que evitarían que cualquier misil disparado sobre los Estados Unidos explotase en su territorio. El coste económico del programa era descomunal (algunos analistas de la época hablaban de un trillón de dólares) y eso puso nerviosos a los rusos. La única alternativa que tenían frente a un programa así, que anularía la eficacia de los misiles intercontinentales, eran los misiles atómicos cargados en sus submarinos nucleares, pero las autoridades soviéticas eran muy conscientes de la ineficacia de sus sumergibles, que acumulaban accidente tras accidente por sus deficiencias de diseño y especialmente de mantenimiento. El nuevo presidente de la URSS, Mijail Gorbachov, convenció al politburó de que estaban perdidos. Había que poner en marcha la perestroika, retirar a las tropas de Afganistán y destinar menos recursos a las Fuerzas Armadas

El 9 de noviembre de 1989 se produce un acontecimiento que podríamos decir que simboliza la victoria de los norteamericanos frente a los soviéticos. La caída del Muro de Berlín. Sólo dos años después, la Unión Soviética se desintegraría.

Berlín 1989

Pero volvamos al objeto de nuestro análisis. En 1989 ya era presidente George Bush, que había arrasado a su rival demócrata, Michael Dukakis, en las elecciones del 88. La alargada sombra de Reagan pesaba sobre el que fue su vicepresidente y el final del “peligro rojo” dejaba a Bush sin un rival a quien convertir en el malo de la película. Entonces el 2 de agosto de 1990, Sadam Hussein invadió Kuwait. 

La historia de Irak durante el siglo XX es apasionante. Allí los británicos sufrieron una de sus derrotas mas humillantes durante la Primera Guerra Mundial, en los años 30 ya eran una potencia productora de petróleo, en los 40 adquirieron la independencia total tras la Segunda Guerra en forma de monarquía, pero un golpe de estado en los 50 la convirtió en república. Allí el partido Baas cobró una fuerza inusitada en los 60. El los 70, Sadam Hussein llegó al poder. Tuvieron problemas con su población kurda durante todo el siglo (y aún hoy los tienen) y las tensiones religiosas y políticas les llevaron a la guerra con su vecino Irán entre 1980 y 1988. 

Así llegamos al momento, la invasión de Kuwait, en el que Bush encontró la excusa para su guerra, que más que guerra fue un paseo militar, aunque de desastrosas consecuencias para toda la región. Muchas de las cosas que han sucedido en las tres décadas siguientes se explican con el cambio de equilibrios en la zona y la desestabilización absoluta de Irak. 

El presidente Bush visita a las tropas tras la invasión de Irak
Con la popularidad alta tras esta victoria, el 41º presidente se imaginaba que su reelección sería fácil. Tanto que hasta parecía aburrirse en los debates de la campaña electoral y miraba la hora a ver si acaban pronto. 

Pero aquellas elecciones de 1992 tuvieron una peculiaridad única en el siglo XX. Hubo tres candidatos. El millonario tejano Ross Perot entró en liza con un discurso conservador con el que logró nada menos que el 19% del voto popular y las 20 millones de votos (eso sí con el peculiar sistema electoral norteamericano eso se tradujo en cero votos electorales al no ganar en ningún estado). Bill Clinton fue elegido presidente.

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