La crisis en Ucrania y su extensión a Crimea ha hecho que aparezcan en la prensa occidental numerosos artículos y sesudos análisis sobre la situación. Como es lógico no he tenido oportunidad de leerlos todos, pero lo que he sacado en claro de lo mucho que he leído es que para la mayoría de analistas Vladimir Putin es el “malo malísimo” de la película.
Por un lado, lo que ha sucedido en Kiev es un golpe de estado en toda regla, que ha desalojado del poder al presidente “prorruso” Yanucovich elegido en las urnas. El balance es desastroso, desde el punto de vista humanitario la peor parte se la llevan las decenas de muertos, mientras que desde el punto de vista político el golpe, en si mismo, ya es un drama, a pesar de que los que lo encabezaran propugnaran un mayor acercamiento de Ucrania a la Unión Europea, lo que en Occidente nos haga verlos como “los buenos”.
Por otro, está la cuestión Crimea. Allí también ha habido un golpe a la legalidad y la gran beneficiada ha sido Rusia que sin disparar un solo tiro se ha hecho con el control de una región vital desde el punto de vista estratégico.
La cuestión de Crimea ha planeado en las relaciones entre Rusia y Ucrania desde la desintegración de la URSS. En la actual Crimea algo más del 60% de la población es de origen ruso y tiene ésta como lengua materna, frente a un 25% de ucranianos y un 12% de tártaros (los antiguos pobladores de la península).
Vladimir Putin lo único que ha hecho es aprovechar su posición de fuerza para revertir una situación surgida de una anormalidad jurídica en 1954, cuando el sucesor de Stalin, Nikita Jrushchov, regaló una parte de Rusia (Crimea) a su Ucrania natal. Y debo reiterar que todo ello se ha producido sin disparar un solo tiro, algo que parece casi inaudito después de ver como se desarrollaron los acontecimientos en los alrededores de la Plaza de la Libertad (curioso nombre) de Kiev. Por lo tanto, no puedo más que felicitar al líder ruso. Con ello no estoy justificando sus actos, ni siquiera estoy de acuerdo con la manera en que ha actuado, pero hay que felicitarle por como ha conseguido un objetivo perseguido durante más de 20 años por Rusia, sin derramar una gota de sangre.
El presidente ruso está consolidando su poder y ampliando el control territorial, como ya ha hecho en otras ocasiones en enclaves como Transnistria, dentro de Moldavia, o Abjasia y Osetia, dentro de Georgia, tras la guerra contra este país en 2008, además del enclave de Nagorno Karabaj, escindido de hecho de Azerbaiyán. Una política que no es nueva y en la que Rusia ya tiene experiencia como el enclave de Kaliningrado (la antigua Kronisberg, cuna del filósofo Kant, nada ruso, por cierto) situado entre Lituania y Polonia o en el otro extremo del mapa las islas Kuriles conquistadas al Imperio Nipón tras una hábil declaración de guerra el 8 de agosto de 1945, después de que ambos países mantuvieran relaciones diplomáticas durante toda la II Guerra Mundial, y con Japón noqueado tras el ataque nuclear norteamericano.
Antecedentes históricos
Crimea es un punto clave en el tablero estratégico ruso desde que a finales del siglo XVIII el imperio zarista se lo arrebatase al Otomano. La Guerra de Crimea de 1853-1856 se estudia en los libros de historia por la participación de tropas francesas, británicas y piamontesas (incluso participaron algunos militares españoles encuadrados en el contingente francés), frente a los intereses zaristas, al lado del Imperio Otomano, algo que ahora nos podría parecer inaudito, excepto a los amigos de Zapatero y su Alianza de Civilizaciones. Esa guerra se recuerda también gracias a Hollywood, que realizó una superproducción de una desastrosa acción militar de los británicos, la famosa “Carga de la brigada ligera” (1936) de Michael Curtiz y protagonizada por las mayores estrellas del momento Errol Flynn y Olivia de Haviland, además de contar con secundarios de la talla de David Niven, y de la que ha habido versiones posteriores.
El ejército británico que participó en aquella guerra estaba muy lejos de estar en su mejor momento. Pequeñas escaramuzas coloniales aparte, sus mandos no tenían experiencia en combate, excepto los más veteranos que habían participado en las campañas napoleónicas, recordemos que Waterloo fue en 1815, ¡40 años antes de los hechos que ahora nos ocupan!
Por su parte, los franceses se implicaron mucho más en el conflicto. Enviaron a unos 95.000 hombres frente a los 22.000 británicos y es que Napoleón III estaba muy ocupado en convertir de nuevo a Francia en una “superpotencia”, luego vendrían las incursiones en Indochina y Méjico, apoyadas por cierto por tropas españolas, además de la construcción del Canal de Suez. Los mandos franceses además contaban con más experiencia bélica, tanto por sus revoluciones internas (1830 y 1848) como por la ocupación de Argelia.
Para muchos esta fue la primera guerra moderna, algo de lo que discrepo a pesar de la importancia que tuvo el ferrocarril en el movimiento de tropas, aunque lo que es irrefutable es que es el primer conflicto bélico en el que acudieron fotoreporteros a cubrirlo.
Continuemos con el relato histórico que nos pone en antecedentes de la situación actual. Al comenzar la I Guerra Mundial, Ucrania estaba dividida entre dos Imperios, la parte occidental pertenecía al Imperio Austro-Húngaro, con capital en Leopolis o Lwow, y la Oriental, con capital en Kiev, al Imperio Zarista. Es curioso ver ahora como el mapa electoral de la actual Ucrania se parece bastante a aquella división territorial: los que tuvieron en su día la capital en Viena son proeuropeos y los que tuvieron la capital en Petrogrado, se declaran prorrusos. Las primeras batallas del frente Oriental de la Gran Guerra se produjeron precisamente en Ucrania occidental, conocida como Galitzia, que cambió varias veces de manos.
El final de la guerra trazó nuevas fronteras, que no se estabilizaron hasta la siguiente conflagración mundial. La revolución de 1917 sacó a Rusia de la Guerra Mundial, pero la sumió en una cruenta guerra civil entre rojos y blancos.
Ucrania vivió un breve periodo de independencia, que no se consolidó por los conflictos internos de los propios ucranianos (hubo varias “ucranias” independientes a la vez) y externos frente a los polacos que acabaron incorporando a su recién creado estado toda la zona occidental del país, CORDÓN SANITARIO intervención de tropas francesas, inglesas y norteamericanas en Rusia desde Mursmank a Crimea
La invasión del Ejercito Rojo favoreció la victoria de los comunistas y la posterior entrada a formar parte en 1922 de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. La represión fue brutal, ya que la mayoría de la población ucraniana la constituían pequeños propietarios agrarios, que obligatoriamente tuvieron que ceder su producción y más tarde sus tierras al estado. En los terribles años 30 Stalin asesinó y deportó a cientos de miles de personas de Ucrania.
Mientras tanto, en la Crimea de principios del siglo XX, que pertenecía directamente a Rusia y no a Ucrania, estaba principalmente poblada por tártaros, que tampoco fueron muy bien tratados por el victorioso Ejército Rojo, pero lo peor para ellos estaba por llegar.
La invasión de Alemania a la URSS en el verano de 1941 significó para muchos ucranianos, como otros pueblos sometidos por Stalin, la llegada de un libertador occidental frente al opresor oriental. Pero la ilusión tardó muy poco en disiparse. En su delirio de la raza superior, Adolfo Hitler no hacía amigos allí donde la Wehrmacht imponía su ley. Para el líder nazi los pueblos eslavos no eran más que seres inferiores, demostrando así una nula visión estratégica o política, que hubiera hecho buena la frase “los enemigos de mis enemigos son mis amigos”. Los nazis deportaron a decenas de miles de judíos ucranianos, que constituían el 12% de la población en el periodo de entreguerras, y trasladaron también a un número incalculable de ucranianos a los campos de trabajo. A pesar de ello algunos ucranianos y tártaros de Crimea se encuadraron en unidades de la Wehrmacht, lo que no sentó nada bien a Stalin, que al terminar la guerra deportó a la práctica totalidad de los tártaros de Crimea a Siberia.
Muerto el dictador más terrible de la historia rusa, su sucesor, el ucranio Nikita Jrushchov tuvo la feliz idea de “regalar” Crimea a Ucrania, algo que visto desde la perspectiva de un presidente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, parecía tener poca transcendencia, pero llegado 1991 y con la Constitución de 1924 en la mano, que definía la URSS como una confederación de estados, éstos tenían plena libertad para separarse, de ahí la desintegración (legal), de la que fuera superpotencia. Como se iban a imaginar entonces Jrushchov, el propio Stalin o cualquiera de los ponentes de aquel texto constitucional que se harían efectivos los derechos de aquella “avanzadísima” constitución que granizaba derechos como el de reunión, asociación (en un país con partido único), aborto, sanidad, educación, pensiones, trabajo.
Consecuencias
En primer lugar, la excisión de Crimea como parte de Ucrania y su posterior unión a Rusia, todo ello avalado por un referéndum que los que apoyaban la unión a Rusia ganaron con un 96,77% de los votos, cifra poco creíble aquí y en Sevastropol (a pesar de que use mucho esta frase, esta es la primera vez en mi vida que es literal).
En segundo lugar, está la extensión del conflicto a los territorios del este de Ucrania, con las ciudades de Donets y Jarkov como principal exponente. Si en Crimea no se produjeron muertos y los ucranianos cedieron enseguida a las presiones rusas, aquí ya ha habido algunas bajas y todo apunta a que el gobierno de Kiev no está dispuesto a perder sin luchar la zona más industrial de su país y que cuenta además con recursos mineros, aunque su población sea mayoritariamente rusoparlante. ¿Podrá ahora Putin dejar de lado a los habitantes del este de Ucrania? De como actúe el presidente ruso dependerá que este se convierta en un conflicto internacional o un asunto meramente ucraniano.
Muchos en Ucrania se lamentan ahora del día en que su país renunció a la parte del arsenal nuclear al que tenían derecho, tras la desintegración de la URSS, pero he de reconocer que me siento mucho más tranquilo sin la posibilidad de un enfrentamiento nuclear. La situación en la zona a día de hoy es muy delicada, cualquier cosa puede suceder y un conflicto bélico podría desestabilizar completamente Europa y tener resultados catastróficos. Esperemos que eso no se produzca.